viernes, 15 de septiembre de 2023

SEOANE O EL VOLUMEN DEL UNIVERSO

 


SEOANE O EL VOLUMEN DEL UNIVERSO

Por; Josefina Barrón

Debajo del hollín yace el arte. Espera en acero, en concreto armado. Es adobe, madera, cristal. Es amasijo de vacíos y volúmenes que se están quietos, esperando que algún transeúnte voltee la mirada y los descubra. Es espacio que abraza el paisaje urbano, quizás lo rompe con su extraña silueta. Por ello enriquece la propuesta estética y cultural de la ciudad. Son primorosos


detalles que ilustran el paso del tiempo, balcones, celosías, elevaciones, frisos que evocan culturas precolombinas en clave vanguardista, tudor y posmodernismo, brutalismo u ornamentos afrancesados que el alma del arquitecto, individual o colectiva, reinterpreta y deja, labra, dibuja, en el rostro de Lima, volviéndola más interesante. Madura. Mujer.

Así, un edificio, una casa, no son solo convergencia de materiales ni espacios funcionales. Vivimos, trabajamos, rezamos, estudiamos, compartimos en ellos. Son los escenarios de nuestras pequeñas historias, los recintos que quedarán impresos en las páginas de nuestras vidas, con el olor que emanó de ellos y que en ningún otro lugar hemos encontrado. Allá arriba, en el piso 10, o en la planta baja de solo dos, somos más felices cuando la luz se cuela para bañarlo todo. Cuando entramos a un templo, somos hijos de un ser supremo debajo de columnas que parecen tocar el cielo. Habremos escuchado cómo hasta el vacío habla. A veces grita. Ese es el poder de la buena arquitectura. Capturar el cuerpo, cautivar la mente, hacer viajar al espíritu. Al integrarnos al espacio, la arquitectura nos transforma en una sola entidad dinámica, cargada de impulsos vitales.


Dejamos de lado el hecho de que el arquitecto es un ser humano como cualquiera, que el creador de esa extraña y enorme presencia que ha cambiado el paisaje de Lima tiene recuerdos, sufre de amores, es tomado por las pasiones y adormece en sus querencias: El arquitecto viajó de niño y lo miró todo, fue seducido por un traje collagua, quizás por la luz sobre el pico de una montaña negra, por una caverna poblada de estalactitas o por las páginas de un libro; vibró con la música, paseó por alguna ciudad lejana, estuvo largo rato mirando el horizonte o un pequeño lienzo de museo. Eso que se nos aparece incólume, que es en sí un universo, brota de lo cotidiano, de lo íntimo del ser.

Todo esto para recordar a Enrique Seoane Ros, arquitecto peruano que dibujó en nuestra conciencia la belleza del espacio, que fue de época en época buscándose y encontrándose, que sintetizó trazos prehispánicos, que no dejó de mirar al interior del país para hallar la modernidad propia. Bohemio, sensible, comprometido con sus planos, diseñó grandes casas, empresas, iglesias y colegios, edificios enormes que impactaron poderosamente la faz de una ciudad que había roto sus murallas y se extendía más allá de la tradición. 

Seoane levantó el edificio Limatambo que por largos años sostuvo
aquel letrero de la Coca Cola que conversaba con el cerro tutelar San Cristóbal. Seoane hizo la iglesita de Ancón, entrañable lugar al que siempre fui, por cierto nunca a rezar, y el colegio Santa María, campus que sigo envidiando porque hubiera querido pasar mis años allí. Seoane, el arquitecto, envuelve nuestros cuerpos y junto con ellos, nuestras almas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Peruvian Archaeology and Cultures · Jesse Wolf Sitio Arqueológico de Osqollo (Osccollo)

  Sitio Arqueológico de Osqollo (Osccollo), Pampa de Pauza, Paucar del Sara Sara, Ayacucho Época preinca La existencia del distrito data de ...