sábado, 23 de septiembre de 2023

UN CEMENTERIO DE NIÑOS PREHISPÁNICO DESCUBIERTO EN HUAMACHUCO PERU

 


HUAMACHUCO - PERÚ

Al Día Noticias Huamachuco  


UN CEMENTERIO DE NIÑOS PREHISPÁNICO ABRE NUEVOS INTERROGANTES SOBRE LA HISTORIA DE LIMA 

Un cementerio prehispánico de casi mil años de antigüedad ha sido
descubierto en la periferia de Lima. El misterio recae en que seis de los cuerpos son de bebés y niños, y el buen estado de conservación de estos y de cerámicas que les acompañaban como parte del ritual, podrán dar más información de la milenaria conformación de la capital de Perú.


"Al momento hemos encontrado ocho contextos funerarios compuestos por seis niños y dos adultos, están enfardelados, es decir cubiertos por telas y acompañados de su ajuar funerario compuesto de vasijas, material de calabaza y herramientas de madera", explicó este viernes a EFE Jesús Bamonde, arqueólogo de la empresa Cálidda.

Una excavación de una instalación de gas natural de esta compañía permitió descubrir que había numerosos restos prehispánicos en el distrito limeño de Carabayllo, lo que dio lugar al inicio del trabajo arqueológico.

"Por asociaciones hechas a través de la cerámica estamos considerando que debió haberse desarrollado en el periodo intermedio tardío, entre los años 1100-1450 después de Cristo", dijo Bamonde, al añadir que estos hallazgos tienen de 1.000 a 800 años de antigüedad.

El experto señaló que esta parte del cementerio podría ser dedicada a infantes, puesto que había dos bebés y cuatro niños, algo que demuestran a simple vista las saturaciones sin terminar en los cráneos y rótulas.

“Los restos estaban envueltos en algodón, en hojas de pacae (una leguminosa) y en tela de algodón natural, que en algunos casos estaba decorado”, detalla la arqueóloga Mercedes Vara mientras limpia con cuidado el fardo de un bebé.

Los arqueólogos mostraron su asombro por las posturas en las que
los niños estaban enterrados, la mayoría en posición fetal y uno yacía tumbado en posición de flor de loto.

Además de los ocho cuerpos han sido hallados numerosos objetos relacionados con la labor que realizaban las familias en vida, parte del ajuar funerario, como piezas de cerámica, vasijas, cuencos de mate, platos, vasos, copas que utilizaban o que entregaban de manera ritual en el entierro.

Se podía incluso apreciar ollas ennegrecidas por el hollín, lo que demuestra su uso cotidiano y tapas que cubrían recipientes que habían sido llenados a la hora del ritual.

El estado de conservación de los restos es, según los expertos, "de regular a bueno", porque el terreno donde han sido hallados es arenoso y seco, lo que "ha ayudado a mantener los tejidos y elementos blandos de los cuerpos, que han pasado por un proceso de momificación natural, es una buena condición y se diferencia de otros entierros en los que solo hay esqueletos".

El trabajo científico de laboratorio posteriormente brindará más detalles sobre el parentesco de los cuerpos, si murieron de forma natural o violenta e incluso si tenían alguna enfermedad.

"La ciudad de Lima tiene una continuidad histórica de más de 4.000 años, tenemos vestigios arqueológicos, (...) que muestran que la ciudad tenía una ocupación extensísima en los tres valles (Rímac, Chillón y Lurín), cada uno de estos valles tenía diferentes poblaciones que ocupaban distintos territorios algunos eran áreas residenciales, zonas ceremoniales y otras cementerios, como donde estamos", indicó el arqueólogo.

Fuente: F/Arqueólogos Trujillo



viernes, 15 de septiembre de 2023

SEOANE O EL VOLUMEN DEL UNIVERSO

 


SEOANE O EL VOLUMEN DEL UNIVERSO

Por; Josefina Barrón

Debajo del hollín yace el arte. Espera en acero, en concreto armado. Es adobe, madera, cristal. Es amasijo de vacíos y volúmenes que se están quietos, esperando que algún transeúnte voltee la mirada y los descubra. Es espacio que abraza el paisaje urbano, quizás lo rompe con su extraña silueta. Por ello enriquece la propuesta estética y cultural de la ciudad. Son primorosos


detalles que ilustran el paso del tiempo, balcones, celosías, elevaciones, frisos que evocan culturas precolombinas en clave vanguardista, tudor y posmodernismo, brutalismo u ornamentos afrancesados que el alma del arquitecto, individual o colectiva, reinterpreta y deja, labra, dibuja, en el rostro de Lima, volviéndola más interesante. Madura. Mujer.

Así, un edificio, una casa, no son solo convergencia de materiales ni espacios funcionales. Vivimos, trabajamos, rezamos, estudiamos, compartimos en ellos. Son los escenarios de nuestras pequeñas historias, los recintos que quedarán impresos en las páginas de nuestras vidas, con el olor que emanó de ellos y que en ningún otro lugar hemos encontrado. Allá arriba, en el piso 10, o en la planta baja de solo dos, somos más felices cuando la luz se cuela para bañarlo todo. Cuando entramos a un templo, somos hijos de un ser supremo debajo de columnas que parecen tocar el cielo. Habremos escuchado cómo hasta el vacío habla. A veces grita. Ese es el poder de la buena arquitectura. Capturar el cuerpo, cautivar la mente, hacer viajar al espíritu. Al integrarnos al espacio, la arquitectura nos transforma en una sola entidad dinámica, cargada de impulsos vitales.


Dejamos de lado el hecho de que el arquitecto es un ser humano como cualquiera, que el creador de esa extraña y enorme presencia que ha cambiado el paisaje de Lima tiene recuerdos, sufre de amores, es tomado por las pasiones y adormece en sus querencias: El arquitecto viajó de niño y lo miró todo, fue seducido por un traje collagua, quizás por la luz sobre el pico de una montaña negra, por una caverna poblada de estalactitas o por las páginas de un libro; vibró con la música, paseó por alguna ciudad lejana, estuvo largo rato mirando el horizonte o un pequeño lienzo de museo. Eso que se nos aparece incólume, que es en sí un universo, brota de lo cotidiano, de lo íntimo del ser.

Todo esto para recordar a Enrique Seoane Ros, arquitecto peruano que dibujó en nuestra conciencia la belleza del espacio, que fue de época en época buscándose y encontrándose, que sintetizó trazos prehispánicos, que no dejó de mirar al interior del país para hallar la modernidad propia. Bohemio, sensible, comprometido con sus planos, diseñó grandes casas, empresas, iglesias y colegios, edificios enormes que impactaron poderosamente la faz de una ciudad que había roto sus murallas y se extendía más allá de la tradición. 

Seoane levantó el edificio Limatambo que por largos años sostuvo
aquel letrero de la Coca Cola que conversaba con el cerro tutelar San Cristóbal. Seoane hizo la iglesita de Ancón, entrañable lugar al que siempre fui, por cierto nunca a rezar, y el colegio Santa María, campus que sigo envidiando porque hubiera querido pasar mis años allí. Seoane, el arquitecto, envuelve nuestros cuerpos y junto con ellos, nuestras almas.



Peruvian Archaeology and Cultures · Jesse Wolf Sitio Arqueológico de Osqollo (Osccollo)

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